Los secretos de los dioses.
Capítulo I: Consecuencias del último papelón.
La ninfa Aylno se
despertó a las seis y media de la mañana. Vivía en el campo que había heredado
de Gabriel Sánchez, su benefactor, quien la había defendido de los que la
acusaban de actividades inmorales por el tipo de ser que era. Se preparó unos
mates amargos y se los tomó con galletitas, mirando como el campo se animaba
poco a poco. Los perros, unos holgazanes, estaban durmiendo con la lengua
afuera como si hubieran hecho mucho. Era verano, claro, pero eso no quitaba el
hecho de que quince días antes unos ladrones se habían llevado gran cantidad de
lechones y ellos no habían ladrado nada. Menuda sorpresa había tenido cuando
les llevó comida, y, en un corral donde había veintitrés cerditos, solo estaban
los seis más flacos. Eso indicaba que habían tenido tiempo de elegirlos. Un
detalle que hubiera resultado cómico era que los animales tomaban agua en dos
bebederos cuadrados y sabían volcar la mitad del líquido, por lo que tenían
barro alrededor. Los ladrones habían dado vuelta uno de los bebederos para
apoyar el pie y dar el saltito a donde no había barro. Ningún perro había
reaccionado. “¡Haber tenido acá uno de los cachorros de Fenris y Cancerbero,
eso no hubiera pasado!”, refunfuñaba Aylno.
De su benefactor,
ella había aprendido cosas de campo, filosofía, albañilería, y varias cosas. No
mantenían nada sentimental o sexual, solo la relación entre protegida y
protector. Había decidido comportarse como mujer porque estaba cansada de todos
esos siglos de mala fama, pero no sabía por donde empezar porque lo único que
sabía hacer era cantar y bailar desnuda, y eso limitaba en cierta medida sus
posibilidades laborales. Hacía nacer flores en vegetales que no las tenían,
pero tampoco era una ocupación muy práctica. Gabriel le había enseñado a leer y
escribir, con cierto esfuerzo, porque Aylno estaba acostumbrada a un sistema de
vagos signos que cualquiera podía entender con solo mirarlos. Le había
resultado más que difícil tener que amontonar una por una algunas de las veinte
y tantas letras para que significaran algo. Había llegado a proponerle favores
íntimos a su benefactor para que la liberara de esa tortura, pero Gabriel se
había mostrado inflexible. Ahora que él ya no estaba, Aylno pensaba que hubiera
estado bueno que le enseñase computación, solo para hacerle doler la cabeza un
poco más.
-¿Qué tengo que
hacer?- se preguntó, ya en el chiquero.- ¡Ah, darle agua a los chanchos! ¿Por
qué no sale nada de las canillas?
-¡Mierda y la puta
que las parió a todas las vacas del universo!- exclamó rato después, al ver que
los vacunos habían roto los caños de un bebedero durante la noche y que los
treinta mil litros del tanque australiano que tenía al lado de la casa se
habían ido. Decidió que mejor hubiera sido tener a la familia completa; a los
cachorros de Fenris y Cancerbero para los ladrones, y a los padres para que se
comieran a las vacas.
La última fiesta
que habían organizado los dioses había terminado en un tremendo desastre.
Aylno no había ido
en esa ocasión, y bien que lo agradecía. Las maravillas escuchadas sobre la
fiesta (las pirámides, la gran montaña, los grandes bosques, incluso la
aparición de dioses que reclamaban derechos que habían perdido hacía mucho) no
opacaban el hecho de que casi todos los dioses asistentes habían sido
convertidos en hombres, o al menos en seres parecidos en cuanto a capacidades y
aspecto, y habían sido puestos tras las rejas en medio de confusas situaciones.
Según era el comentario, en las cárceles había tenido lugar una desacralizada
general de divinidades. Algo que no le quedaba muy claro a la gente era como
Circe había conseguido hechizar a los mismos dioses. Era muy poderosa, de eso
no había duda, pero en teoría sus poderes no se equiparaban ni a la divinidad
más humilde. Se planteaban lindos interrogantes. ¿Había sido una patraña de los
dioses para burlarse de la sociedad, como decían los diarios y algunas
publicaciones católicas? ¿O, cómo creían muchos, los dioses iban perdiendo los
poderes con los que habían regido a la humanidad antes de que Dios los
expulsara de sus tronos? ¿O acaso una degeneración genética en organismos tan
complejos, como creían algunos científicos?
Las organizadoras
de la Reunión , Palas Atenea e Isis, habían tenido
muchísimo trabajo rescatando a los dioses y resarciéndolos por las molestias
causadas. Al principio no tenían pensado hacerlo ya que las dos estaban de
vacaciones, pero se dieron cuenta de que quedarían mal paradas. Aún yendo de
una comisaría a otra instantáneamente, diferenciar a los dioses de los presos
comunes les resultó bastante difícil. A Circe la dejaron, sin embargo, para que
aprendiera, total tendría bastantes poderes para salir de ahí en cuanto se le
pasara el efecto de su propio hechizo, que la hacía parecer una prostituta con
las venas hinchadas por la droga. Con la ambrosia no se juega, habían decidido
los dioses, hubieran descubierto como se fabricaba y ahora hasta se vendiera
con el nombre de dulce de leche.
-¿Todos los dioses
ofendidos?- preguntó Aylno.- ¡Si Circe tuvo la culpa!
-¿Te pondrías a
pensar quien tiene la culpa si sos un dios y te ponen en una cárcel para
hombres?- le preguntó Seccuta, una ninfa amiga que fue ese día a visitarla.
- Pero ya pasó un
tiempo… ¿no ven que las diosas no tuvieron nada que ver?
- Sí, pero como
todo estaba medio desorganizado, y el lío con esos dioses que aparecieron… Fue
una fiesta caótica.
-¿Se ha vuelto a
saber de los Indeseables?
- Se han quedado en
sus casitas. Ni siquiera les debe haber dado alegría saber como terminó la
fiesta. Están todos peleados. Cuando sus fieles les rinden culto, no aparecen
todos juntos, como antes. Les debe convenir, porque como sus fieles quieren que
lo hagan de nuevo, les dan muchas más ofrendas, y el dios que llega primero se
lleva todo.
-¿Cómo, todos
juntos? ¿Asiáticos, africanos, chinos, todos juntos?
- Aylno, sabes que
es una forma de decir, ¡no me hagas hablar de gusto! No están todos juntos los
de distintas religiones en ocasiones tan formales. Para los que tienen fieles
sería como tirarse tierra encima- concluyó Seccuta frotándose las manos entre
las rodillas.
- Me dan lástima
los dioses que ya no tienen fieles. Tendrían que haberse retirado sin hacer
ruido desde el principio, resignarse a que ya no tienen una religión que los
represente.
- Hablas así porque
solo sos una ninfa como yo, un hada de los bosques, pero ponete en el lugar de
ellos. Cualquier cantidad de tiempo mandando sobre el mundo y ahora…
-¿Con cual estás de
novia?
-¿Eh? ¿Por qué
decís eso?
- Esa sortija que
tenes.
- Bueno… De novia
no. El otro día no sé por donde andaba, apareció un dios y sin previo aviso se
casó conmigo- confesó Seccuta con cara de consecuencia.
-¿Se casó con vos?
¿Quién fue?
- No sé, pero
parece que es su entretenimiento. Te encuentra, se casa con vos, y después se
desentiende. Por lo menos no hizo como hacían otros que no se casaban pero te
dejaban embarazada.
-¿Tiene fieles?
- Espero que no.
Llego a ser la mujer de un dios con fieles, la gente me veneraría pero también
me pediría cosas.
- A buen puerto van
por leña- se rió Aylno.
-¡No soy tan
amarrete! Por lo menos no soy como vos, que dicen que encontras cosas antes de
que las pierda el dueño y que las guardas en tu casa para que no se extravíen.
- Esa época ya
pasó.
El Salón Princesa
Carmesí había tenido que ser clausurado por las constantes peregrinaciones de
curiosos que revisaban todo a ver si había quedado algo de la reunión, algún
pedazo de túnica, algún adorno mágico, algún fantasma que se hubiera quedado
dando vueltas… Era en vano explicarle a la gente que los dioses nunca se
olvidaban de nada y que no había quedado nada fuera de lo común. El lugar había
vuelto a ser el aburrido lugar para eventos, aunque ya no estaba tan ocioso. En
esos cinco meses se habían celebrado setenta y cinco casamientos, cuarenta
fiestas de quince, cincuenta fiestas para bebés, dieciocho bailes de egresados
y catorce fiestas de reencuentro de viejas promociones. A todas esas personas
les daba un simpático morbo estar en el mismo lugar donde habían estado los
seres tanto tiempo prohibidos y perseguidos por la Iglesia Católica.
Perseguidos, claro, pero sin poder alcanzarlos, mitad por temor y mitad porque
siempre conseguían escabullirse.
Podía leerse en
cualquier libro especializado (y que fuera neutral, porque había libros que
estaban muy en contra de los dioses, y otros demasiado a favor al punto de
considerarlos los verdaderos dioses del mundo, ya sea desde el punto de vista
religioso y científico). A partir de la muerte de Cristo en la cruz, con la
expansión del cristianismo, y por algo que les impedía aparecerse (según los
dioses, el nuevo Dios no se los permitía), los susodichos habían perdido
espacio, y muy pronto cambiaron de adorados a perseguidos, impotentes ante la
situación. Sus templos fueron destruidos, sus estatuas derribadas, y sus
sacerdotes y fieles fueron muertos o convertidos a la nueva religión. Durante
los siguientes mil años estuvo prohibido hablar de ellos, y más que ninguna
otra cosa, hablar o comerciar con ellos. Varias personas fueron condenadas a muerte
bajo esos cargos, porque no había que volver a esos tiempos tan oscuros y
supersticiosos en los que, según los jerarcas eclesiásticos, esos secuaces del
Mal recorrían de día los caminos bajo el aspecto de buenas personas para alejar
a los hombres de la senda correcta, y de noche participaban en orgías
subterráneas. Durante la Edad Media
la situación fue muy confusa, porque se reprimía con mayor dureza, y a la vez
el trato con los seres míticos aumentaba y los prejuicios iban siendo dejados a
un lado. Quizás por eso la artillería religiosa iba en aumento. Sin embargo,
muchos historiadores aclaraban que había fundados motivos para semejante
ofensiva. No eran pocos los casos en los que tropillas de centauros atacaban
poblaciones aisladas en nombre de tal o cual dios, o que las ondinas (hijas de
Odín, según las creencias) hacían hundir los barcos. Las momias salían por la
noche a raptar vírgenes, en tanto que el basilisco (un repugnante lagarto con
cabeza de gallo) salía a matar gente de un infarto mirándola a los ojos, no por
su fealdad sino por ser su cualidad más notable. También había muchas hipótesis
sobre si esos ataques eran enviados por los dioses o simplemente eran las
criaturas míticas que se organizaban para hacerlos. Era una rareza y una suerte
que a la serpiente Jormungard no se le hubiera dado por hacer maremotos.
Mas allá de esas
cosas, a finales del siglo XVII el Papa Alejandro VII emitió un edicto polémico
según el cual, a pesar de que no era aconsejable tener trato con ellos, los
dioses y sus criaturas no eran demonios, que lo que más se podía decir de ellos
era que estaban en pecado pero que no eran los proveedores y/o instigadores del
mismo, o sea, que eran criaturas del Señor como cualquier otra. Este edicto
provocó protestas; por un lado se quejaron los que creían que eran
definitivamente criaturas diabólicas, y por el otro los que se aprovechaban de
que los centauros estaban mal vistos para cazarlos y extraerles la unión entre
hombre y caballo.
Aún cuando la Iglesia había dado los
primeros pasos tolerantes, no iba a ser tan fácil borrar 1700 años de mala
fama. Lenta y dificultosamente los dioses intentaron integrarse a la sociedad.
Las criaturas míticas también. Por ejemplo, unas nereidas y unos sátiros
marinos viajaron hasta las costas argentinas acompañados por caracolas y
grandes hipocampos, y posaron para la escultura Lola Mora, quien realizó la
obra “La fuente de las Nereidas”, para escándalo de la pacata sociedad porteña.
Según le habían
dicho a Aylno, algunas cosas habían cambiado desde la última reunión, y como
eran cosas relacionadas con los dioses, no podían más que ocasionar quejas de
los hombres. ¡Los hombres, también…! Los noticieros habían mostrado notas
realizadas a criaturas mitológicas que afirmaban haberse vuelto cristianas
porque sus dioses las habían defraudado. Esto había desatado por centésima vez
la misma controversia. Por ejemplo; las sirenas y los centauros, ¿tenían alma?
Más allá de lo que decían ambos bandos, que no eran imparciales, era una
cuestión muy importante… para algunos racistas, pero en líneas generales tenía
la misma importancia que el sexo de los ángeles, que siempre se habían negado a
aclarar las dudas sobre esa cuestión.
Por otro lado,
mayores quejas se habían elevado porque la montaña y el extenso bosque creados
en el patio del Princesa Carmesí habían aparecido imprevistamente entre Francia
y África, cambiando drásticamente los mapas y obligando a actualizarlos. Los
dioses africanos habían sido parte de los Indeseables, el grupo de dioses con
fieles que se burlaban de los que no tenían, y a causa de la espantada final
que les había dado Atenea, ni se atrevían a meterse ahí. Ellos tenían fieles,
pero todavía les daba vergüenza haber hecho grupo con aquellos que no los
tenían. A lo sumo, cuando alguien les pedía permiso para entrar en ese bosque,
le indicaban que era territorio peligroso. Muchos querían indagar que había
pasado entre los dioses de Egipto y los otros, si se habían distanciado por la
diferencia de fe obtenida o por otros asuntos.
Hablando de otros
asuntos, la gente también se quejaba porque creía que había sido un signo de
rebeldía mayúscula de los dioses antiguos poner ese bosque ahí sin permiso
divino. Ellos retrucaban que el permiso había sido obtenido, pero el Vaticano
no informaba de ningún signo obtenido como confirmación, y esto último les daba
pie a los que creían que Dios no existía.
Aylno también tenía
amigas humanas. Le gustaba que le hicieran preguntas, para aclararles y a la
vez oscurecerles las dudas que ellas tenían sobre los dioses.
-¿Por qué los
dioses hablan así?- le preguntó su vecina Liliana, a la noche.
-¿Cómo? ¿Te referís
a porque no habla cada cual en su idioma?
- No, sé eso de que
hablan en un idioma que todos entienden. Yo digo sobre la forma de hablar.
-¿Cómo? ¿Qué forma
de hablar tienen?
- Como vos. ¡Hablan
muy a lo argentino! Mi prima se cruzó con un dios y me contó que si no andaba
de túnica no se daba cuenta de que lo era.
- Nos tuvimos que
adaptar. Nuestro poder de adaptación es más grande que el de ustedes. En menos
de diez años cambiamos nuestra forma de hablar. No sabes como se reían al
escucharnos como practicábamos el che y el vos. Debíamos sonar como esos
actores de otros países latinos cuando se quieren hacer los argentinos.
-¡Qué difícil les
habrá resultado!- se maravilló Liliana.
- Lily, muchos
tuvieron que pasar de ser poderosos a ser intrascendentes. ¿Cómo no les iba a
resultar fácil cambiar la forma de hablar?
- Pero me han dicho
que hasta en otros países los dioses hablan a lo argentino…
- No digas que yo
te dije, pero desde que tuvimos que venir acá y adaptarnos, se corrió la fama y
la forma de hablar de ustedes pegó fuerte en todo el mundo.
Aylno se acostó
bien temprano. No tenía televisión, y solo ocasionalmente escuchaba la radio.
Mejor. En la televisión puras pavadas y en la radio malas noticias. Para
dormirse cuando antes tenía algo infalible; un juego electrónico de mano sobre
un buzo que debía llevar un tesoro a la superficie y tenía que pasar por lo de
un pulpo. Esa noche dormiría a pierna suelta sin importarle si ladraban los
haraganes que tenía por perros; Seccutta le había dado algo con lo que había
rociado a los lechones que le habían dejado. Si volvían los ladrones, los
lechones iban a estar demasiado hambrientos. Claro, el día siguiente debería
limpiar la sangre para que nadie sospechara.